Comencemos...

Quizás lo más difícil en el ejercicio del ser padres sea atravesar los miedos que surgen cuando los hijos deben afrontar riesgos y no estamos allí para cuidarlos. La adolescencia es uno de esos momentos en los que la vida social se abre, amplia y ajena, ofreciendo nuevos paisajes que se desconocían cuando los chicos aún llevaban guardapolvos y recurrían a sus padres sin pudor ante algún eventual percance.

En ese nuevo escenario los hijos adolescentes se las deben ver, a veces solos, con también nuevas circunstancias. Ante eso los padres se preguntan, una y otra vez, qué actitud tomar, cómo lograr ejercer a pleno su función para formar una sana alianza que posibilite el despliegue del legítimo deseo de sus hijos de crecer en autonomía.

Desde los inicios de la humanidad existieron riesgos para los jóvenes. A esto contribuye que en la adolescencia ellos busquen nuevas fronteras tanto fuera como dentro de sí mismos, con el coraje de los que saben que hay que empezar a alejarse de la infancia, porque esa es la ley de la vida.

En ese momento, los padres no deben, de ninguna manera, estar ausentes, aunque su manera de estar presentes en la crianza deba afrontar nuevos desafíos y formas. Es que, convengamos, la adolescencia es una revolución y a la vez que las hormonas hacen lo suyo, aparecen con inédita fuerza los amigos, las salidas, las confusiones propias de la edad y...los riesgos ciertos de una sociedad que olvida que los adolescentes requieren referentes firmes para no perderse en la vorágine, ya que no merecen ser sólo vistos como un mercado apetecible.

Los problemas que aparecen en esta etapa son conocidos. Entre ellos figura la confusión de valores de vida, la distancia con el mundo de los padres y el miedo a crecer que lleva, en ocasiones, a que los chicos incursionen en conductas que los ponen en riesgo. Dichas conductas riesgosas, en las que abundan los abusos (entre ellos el del alcohol) son maneras de mostrar angustias y soledades, y de allí que sea imprescindible, urgente, volver a enaltecer la función de los padres para ofrecer a los hijos un referente confiable en medio de la confusión de prioridades que tanto daño nos hace como sociedad.

Ser padres no es un sacrificio, es un esfuerzo, que es distinto. Un esfuerzo que hace crecer tanto a los hijos como a sus progenitores.

Padres presentes, padres con alma, con palabra plena y con la certeza de que si se equivocan se corregirán, pero que no dejarán de decir y hacer lo que deban por temor a errar. A eso apunta el sentido de la responsabilidad que se propone en esta guía, no una responsabilidad asociada a una culpa estéril, sino a la sensación de que hay mucho por hacer para seguir dándole a los hijos lo que corresponde, para que ellos, con el amor de sus padres en el corazón, lleguen a buen puerto usando sus propios recursos.

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