Las dificultades en el ejercicio de la autoridad sin culpa.

Autoridad y autoritarismo son conceptos que suelen asociarse entre sí por más que sean profundamente diferentes. Muchos padres temen ser autoritarios, y portal motivo, en ciertas ocasiones, dejan de lado el rol de autoridad que les compete.

Es en este punto donde aparece uno de los elementos que más perturba a la función paterna, que es la culpa. No nos referimos a una culpa saludable que nos permite regularnos moralmente, sino a una culpa que proviene del miedo a frustrar, del miedo a hacerle daño a los hijos por el simple hecho de imponer genuiñámente el propio criterio, como si hacerlo fuera algo violento, excesivamente frustrante o directamente destructivo. La sensación distorsionada de culpa genera un malestar que perturba el vínculo de los padres con sus hijos ya que suele inhibir el rol de sostén y orden saludable que es esencial para cumplir cabalmente la función parental.

Jaime Barylko decía que "los padres son culpables de sentirse culpables". Esta expresión señala la importancia de dejar claramente de lado el miedo a ser autoritarios cuando debe ejercerse el rol de autoridad, aprendiendo que ésta no es una mala palabra ni su ejercicio perjudica a los hijos, sino todo lo contrario.

De nada sirven padres obsecuentes con sus hijos, que no les ofrecen puntos firmes de referencia y no se juegan por sus criterios, sin que esto sea símbolo de rigidez.

Mejor es un padre o una madre errados que marcan presencia con sus decisiones (que luego podrán mejorar o corregir) que padres que omiten cumplir con su función en aras de una "libertad" que los hijos no desean ni pueden sostener.

En este sentido, es positivo confiar en la intuición y, si fuera errada, corregirla "el día después". Esto es muy eficaz cuando surgen esas situaciones impensadas y repentinas con las que los hijos adolescentes suelen aparecer y "manejar" tan bien, poniendo en apuros a sus padres.

Muchos padres temen su propia violencia, confundiendo los enojos normales y las actitudes de firmeza enfática con actos de "violencia familiar". En la inmensa mayoría de

los casos, los enojos son parte de procesos normales de intercambio y no actitudes lindantes con la patología. De hecho, muchas veces el efecto de permitir todo a los hijos es psicológicamente más violento que un grito o una actitud rotunda de límite. Un joven que no observa firmeza de parte de sus padres y los percibe como culposos y frágiles tenderá a buscar límites y referencias fuera del ámbito familiar, y lo hará muy probablemente a través de conductas de riesgo para poder, de esa manera, saber dónde están esos límites que se les niegan en su casa.

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